Un barrio de San Francisco logró un notable avance en la lucha contra la falta de vivienda, pero hay un gran inconveniente

Proyectos como el de El Castro tienen desafíos para implementarse en una mayor escala

Victoria Solomon llevaba una década paseando y gritando por las calles del barrio de El Castro, en San Francisco, sin dirigirse a nadie en particular, o acampando en la acera, rechazando los ofrecimientos de ayuda. 

Victoria Solomon, de 34 años, que vive en un hotel pero es sin techo desde los 16, besa a su perro, Chunx, en el barrio Castro de San Francisco. Gabrielle Lurie/The Chronicle

Pero ya no. Después de estar en la calle desde los 20 años, Solomon se convirtió en la expresión de la esperanza en una zona difícil de la ciudad.

Una consejera de calle asignada a El Castro ha conseguido lo que nadie más podía: persuadir a Solomon, de 34 años, a que se traslade a una vivienda de tránsito y acepte tratamiento para sus problemas de salud mental y de consumo de drogas. Tras más de un mes dentro, Solomon parece una mujer totalmente distinta. Sus ojos están claros, su actitud tranquila. 

El otro día, mientras paseaba con su perro Chunx entre las calles Castro y Market, se maravillaba de los progresos que había hecho.

“Todo fue gracias a Erica”, dijo, señalando con la mano a Erica McGary, la trabajadora de la salud que ayuda a los sin techo que hizo posible este milagro callejero y que hacía su ronda habitual por la vereda. “Otras personas intentaron ayudar a lo largo de los años, pero no me escuchaban. Erica sí. Tengo problemas de ira y ella no me presionó. Ella marcó la diferencia”.

La situación en El Castro, y no sólo para Solomon, ha cambiado notablemente en los últimos cinco meses. McGary ayudó a dirigir un proyecto piloto que demuestra los avances que se pueden hacer para ayudar a la gente a salir de la calle, y también lo terriblemente difícil que es esa tarea. Y lo arduo que será repetirlo en toda la ciudad.

El proyecto se inició en agosto, centrándose en 34 personas que llevaban mucho tiempo sin vivienda y que se han resistido a la mayoría de los esfuerzos de ayuda durante muchos años. 

El pasado agosto, los comerciantes de El Castro amenazaron con retener los impuestos municipales si las autoridades no tomaban medidas para ayudar a las personas que, según ellos, sufrían regularmente episodios psicóticos en público, destrozaban escaparates y acosaban a los transeúntes. Según las autoridades municipales, el campamento de El Castro se estaba planeando antes de que los comerciantes amenazaran con retener sus impuestos. 

El supervisor Rafael Mandelman, que representa a El Castro, ayudó a confeccionar la lista de las personas más necesitadas de atención, y se puso en marcha un plan.

El plan, coordinado por el Departamento de Gestión de Emergencias de la ciudad, cuenta con más de una docena de equipos municipales y otros organismos, incluidos los departamentos de salud y de personas sin hogar, que harán todo lo posible para convencer a las 34 personas de que abandonen la calle. Los líderes de la iniciativa se reúnen a diario para coordinar estrategias y comprobar los progresos de cada persona.

Jarred y Cassie, sin techo, sentados en la acera de El Castro. Gabrielle Lurie/The Chronicle

En los últimos cinco meses, otras ocho personas sin techo como Solomon han sido trasladadas de El Castro a viviendas o centros residenciales de tratamiento. Siete más fueron a parar a albergues temporales. Y 19 del total de 34 aceptaron recibir tratamiento regular para sus necesidades médicas, conductuales y de otro tipo, con el fin de salir de la calle. Según la ley, no hay ningún requisito estricto de que sigan el tratamiento, pero el simple hecho de conseguir que se comprometieran no era habitual y, hasta ahora, han cumplido lo acordado, según los asistentes.

Se trata de un progreso notable para una población que en algunos casos se resistió a recibir ayuda durante más de una década, y los comerciantes notan la diferencia con un optimismo cauteloso.

“Me he dado cuenta de que algunas personas se han marchado”, afirma Martha Asten, copropietaria desde hace 50 años de la tienda Cliff’s Variety de artículos para el hogar y el jardín, situada en la calle Castro. “Este tipo de iniciativas son cíclicas y las he visto ir y venir. Veremos cómo funciona esta. Pero siempre nos queda la esperanza”.

Mandelman, que desde hace tiempo se siente frustrado por la situación de la calle Castro, también se siente animado en plan “esperar y ver”, no sólo por lo que el proyecto significa para su barrio, sino para el resto de la ciudad.

“Me alegro de que lo hagan en vez de no hacerlo. Me encantaría que se ampliara todo lo posible. Pero eso puede ser difícil”. 

Al igual que el resto de la ciudad, el barrio cuenta desde hace tiempo con equipos de ayuda, desde el Homeless Outreach Team (Equipo de Ayuda a los sin Techo) hasta el más reciente Street Crisis Response Team (Equipo de Respuesta a la Crisis en la Calle), que son sólo dos de los al menos diez equipos municipales que se ocupan actualmente de los sin techo. Pero estos equipos recorren toda la ciudad y no pueden concentrarse en una sola zona durante mucho tiempo.

Este proyecto piloto está progresando porque se centra en una zona pequeña, El Castro, con la presencia diaria de un puñado de los mismos asistentes sobre el terreno que desarrollan estrechas relaciones con los clientes habituales sin vivienda. 

Y en el fondo, el secreto del éxito de esta última iniciativa se debe a la consejera del Departamento de Salud McGary y a sus dos supervisores, Krista Gaeta, responsable de la estrategia de divulgación del Departamento de Salud, y Mark Mazza, su colega en el Departamento de Urgencias.

McGary, que trabaja para el equipo de personas sin hogar del Departamento de Salud Pública de la ciudad, recorre las aceras de El Castro cinco días a la semana y ha llegado a conocer a todas las personas que no tienen hogar. A sus 49 años, irradia credibilidad hacia la población de la calle como pocos pueden hacerlo, tras haber sido una joven sin techo y drogadicta. Ha trabajado en albergues, cárceles, el Homeless Outreach Team y clínicas sanitarias, y cuando charla con alguien en la calle, se nota que va en serio.

“Es alguien que se preocupa de verdad, y cuando uno lleva aquí tanto tiempo como yo, uno nota la diferencia”, afirma Desean Dixon, de 38 años, que lleva más de 15 viviendo a la intemperie y se resistió a los intentos de llevarlo a un albergue. “Al principio, cuando se acercó a mi tienda, la empujé. Pero luego les pregunté a un par de amigos y me dijeron que estaba bien. Y lo estaba”.

McGary ha convencido a Dixon para que se inscribiera en una lista de espera para una vivienda permanente y, mientras tanto, lo acompaña a sus citas médicas, a las que también se ha resistido durante años. Hace poco, lo acompañó al Centro de Salud de la Misión de Castro para que le hicieran un chequeo completo, algo que necesitaba de manera urgente desde hacía unos meses, cuando tiritaba de neumonía en su tienda de campaña. Dixon tiene infecciones cutáneas persistentes desde que no puede asearse con regularidad, y temía que le diagnosticaran diabetes y otras complicaciones derivadas de la vida en el exterior y de una dieta inadecuada.

Desean Dixon, sin techo desde hace más de una década, se somete a una revisión cardíaca con el Dr. Stephen Matzat (izquierda) en el Centro de Salud Castro-Mission de San Francisco. Gabrielle Lurie/The Chronicle

“Algunas de estas preguntas son fáciles de resolver, y realmente no creo que tengas diabetes”, dijo el Dr. Stephen Mazat con amabilidad mientras Dixon se sentaba rígido en una silla de examen. Dixon se ablandó visiblemente.

“Estoy un poco aliviado”, dijo en mitad del examen. “No voy a los médicos porque cada vez que lo hacía parecía que algo iba mal, y no quiero malas noticias. Ahora voy a intentar venir más”.

Ese es el tipo de confianza que, combinada con visitas constantes, puede convertir a un sin techo como Dixon en una persona con vivienda y más sana, dijo Gaeta, que también fue con Dixon a su visita al médico. 

“Si tratas a la gente con dignidad y respeto, y te presentas todos los días para que te conozcan y confíen en ti, puedes marcar la diferencia”, afirmó. 

“Mucha de la gente de aquí no tiene esperanza y está traumatizada por muchas cosas. Si averiguas lo que necesitan y lo cubres, puedes llegar a alguna parte, porque (según la legislación federal y local) no puedes obligarlos a recibir tratamiento ni alojamiento. Tienen que querer aceptarlo”.

El trato individualizado es especialmente importante si se tiene en cuenta que el aumento de los equipos de calle en los dos últimos años ha generado muchas llamadas de servicio en la calle. Pero puede que no esté derivando a suficientes personas a los servicios como para marcar una gran diferencia. 

Los equipos de calle han atendido más de 14.000 llamadas desde finales de 2020, la mayoría de ellas por crisis de falta de vivienda, y según datos municipales, la mayoría de esas llamadas parecen haber resultado en que la persona continúe a la intemperie. 

En línea con el enfoque más amplio de “reducción de daños” de la ciudad para el tratamiento de adicciones y las leyes estatales sobre tutelas, las personas solo pueden ser obligadas a recibir tratamiento en circunstancias extremas. Para convencerlas de que lo acepten, es crucial una persuasión sostenida y específica.

“La gente de la calle capta al instante si vas en serio con lo de quedarte, si es cierto que vas a ayudalos de verdad”, afirma McGary. “¿Yo? Estoy en mi salsa aquí fuera. El objetivo es ir conociéndolos, trabajar para que la gente reciba la ayuda que necesita”.

Con Solomon, eso significaba comprar tazas de café, charlar y transmitir la idea de que estar dentro podía funcionar, semana tras semana. 

Al principio, McGary la metió en una cabaña refugio, pero eso fue sólo el principio. McGary hace un seguimiento de cada una de las personas a las que ayuda y, tras visitar a Solomon y comprobar que no era feliz en la cabaña, la trasladó a una habitación de hotel de transición.

Ahora Solomon y McGary están trabajando con asistentes de vivienda del departamento de personas sin hogar para conseguir una vivienda de apoyo permanente. “Erica no se limitó a dejarme allí”, dice Solomon. “Hizo un seguimiento. Se preocupa”.

La alcaldesa London Breed elogió el progreso del proyecto en su discurso sobre el estado de la Ciudad de este mes, y dijo sin dar más detalles que tiene la intención de “ampliarlo a otros barrios.” Mandelman también se mostró esperanzado por el éxito obtenido hasta ahora. 

Pero para ampliar la iniciativa habrá que hacer un gran esfuerzo. 

La ventaja del proyecto de El Castro es que se centra en un número relativamente pequeño de personas sin hogar en un barrio compacto, a diferencia de otras zonas más amplias de San Francisco, como el Tenderloin o el Mission District. Replicar este mismo éxito de despliegue por toda la ciudad requeriría probablemente un aumento significativo de personal, energía y tiempo, dijo Mandelman.

El supervisor dijo que le gustaría que la ciudad tuviera más poder para conservar u obligar a las personas con problemas de salud mental de la calle a recibir cuidados forzosos, algo que se ha demostrado esquivo a gran escala no sólo en San Francisco, sino en todo el Estado.

“Parece que están haciendo progresos, lo cual es estupendo. Me alegro de que lo estén haciendo. Pero tenemos que idear intervenciones que sean realmente escalables”, dijo Mandelman. “El proyecto de El Castro será difícil de reproducir en toda la ciudad”.

“Y aún no sabemos cómo acabará esta historia. Todavía no hemos ‘llegado’ a El Castro. Cuando paseo por el barrio veo que todavía hay mucha gente en diversos estados de adicción y sin hogar”.

Jim Walton, que vive en El Castro desde hace 40 años, sacudió la cabeza mientras se alejaba de una conversación con un mendigo sentado frente al restaurante mexicano La Tortilla, en la calle Castro. El mendigo estaba en realidad en un albergue cerca del Tenderloin, pero había venido a este lado de la ciudad porque la mendicidad le reportaba más dinero.

“Últimamente ha mejorado, pero sinceramente, ¿la mejor solución a todo esto? No sólo para los residentes, sino también para los propios sin techo”, dice. “Váyanse a otro sitio, como Santa Cruz. Aquí se está mal”.

Esta historia fue publicada originalmente en el San Francisco Chronicle (EE.UU), y es republicada dentro del Programa de la Red de Periodismo Humano, apoyado por el ICFJ, International Center for Journalists.

Un barrio de San Francisco logró un notable avance en la lucha contra la falta de vivienda, pero hay un gran inconveniente

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