Cuando una tormenta récord azotó Brasil en 2023, las comunidades tomaron diferentes medidas. Algunas tenían en marcha programas preventivos que redujeron el impacto. Otras reaccionaron demasiado tarde, y esto tuvo como consecuencia la pérdida de vidas. Qué se está haciendo y qué se debería hacer para proteger a las comunidades de desastres cada vez más frecuentes.
Por Ricardo Lobato Felizola
El término “natural” ya casi no puede utilizarse para referirse a las catástrofes. “Cuando las amenazas golpean a una comunidad y causan estragos, se da por sentado que la gente hizo algo mal, como deforestar [o] construir en el cauce de un río o en una ladera muy empinada”, explica el meteorólogo Marcelo Seluchi.
Seluchi dirige el sector de operaciones y modelización del Centro Nacional de Monitoreo y Alerta de Desastres Naturales (Cemaden), una agencia federal con sede en San Pablo (Brasil). El centro se encarga de observar las zonas vulnerables de aproximadamente una quinta parte de los 5.568 municipios del país en los que los corrimientos de tierras y las inundaciones tienen mayor impacto. Nueve de cada cien brasileros viven en estas zonas de alto riesgo.
En las últimas décadas, la urbanización en Brasil ha sido en gran medida no planificada y se ha producido a un ritmo caótico. En la actualidad, alrededor del 84 % de la población vive en ciudades y zonas urbanas, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística. “Nadie va a vivir a una zona de riesgo porque quiera o porque sea estúpido”, afirma Raquel Rolnik, urbanista de la Universidad de São Paulo. “Son trabajadores cuyos ingresos no les permiten comprar o alquilar una vivienda en un lugar adecuado”.
Las poblaciones más grandes que viven en áreas de alta exposición, combinadas con fenómenos meteorológicos extremos más frecuentes, desencadenan catástrofes. La ciencia ha demostrado que el calentamiento global ha potenciado la evaporación, añadiendo más vapor de agua al aire, lo que provoca precipitaciones más intensas y tormentas impredecibles. Esto hace que los corrimientos de tierra sean aún más frecuentes en el Bosque Atlántico de Brasil, incluyendo la Sierra del Mar, que se extiende por 1497 km a lo largo de la costa del país y alcanza los 2347 m de altitud.
Las rocas que componen estas montañas están cubiertas por una fina capa de tierra y vegetación, con tendencia natural al deslizamiento, explica Fábio Augusto Reis Gomes, geólogo de la Universidad del Estado de São Paulo. “Las fuertes lluvias hacen que el agua se infiltre en este suelo, convirtiendo lo sólido en líquido”. En estas laderas empinadas, algunas de más de 25 grados, estos restos líquidos fluyen rápidamente cuesta abajo.
Eso es justo lo que ocurrió el jueves 16 de febrero de 2023, cuando unas lluvias récord azotaron la costa de San Pablo, en el sureste de Brasil. Ese día, el Cemaden predijo fuertes precipitaciones e informó dos veces de los peligros a las autoridades locales. El sábado por la noche los municipios recibieron alertas más específicas para que pusieran en marcha sus planes de contingencia, tras haber alcanzado el nivel máximo de riesgo a medianoche, según el Cemaden.
Pero diversos municipios locales respondieron de forma diferente a la información, y el abanico de desenlaces resultante muestra lo que está en juego para las comunidades en futuras catástrofes.
Sistemas de alerta eficaces
Aunque las previsiones del Cemaden anunciaban una lluvia de 22 milímetros, las ciudades de Bertioga y San Sebastián recibieron más del triple. En Bertioga cayeron 680.72 milímetros de lluvia en un solo día, la mayor cantidad jamás registrada por un pluviómetro en Brasil (sin contar las zonas no monitoreadas). Como la ciudad de Bertioga, de 65.000 habitantes, es relativamente llana y no tiene residencias construidas en las colinas, no era especialmente vulnerable. “Allí se produjo la mayor lluvia de la historia, pero no hubo problemas en términos de víctimas”, afirma Seluchi.
La historia fue diferente 32 km al este, en la ciudad de San Sebastián, de 90.000 habitantes. Ahí, en las primeras horas de la mañana del domingo, los pluviómetros registraron 624.84 milímetros de lluvia. Las tormentas, seguidas de corrimientos de tierra, arrasaron un complejo obrero en las laderas de la Sierra del Mar llamado Vila do Sahy y mataron a 64 personas. Estas viviendas fueron construidas en la década de 1980 por familias pobres que buscaban trabajo en la cercana Barra do Sahy, un lugar de moda junto a la playa al que acuden familias adineradas de las grandes ciudades en busca de hoteles con vistas al mar y casas bien equipadas que cuestan millones de dólares.
A pesar de sus diferencias, estos dos mundos ―Barra y Vila― están estrechamente unidos. La única barrera física que los separa es una carretera. Sin embargo, las precarias condiciones de las viviendas en la zona de alto riesgo acabaron concentrando a todas las víctimas en el lado más pobre de la carretera, mientras que en el lado opuesto, algunas personas adineradas llegaron incluso a contratar helicópteros para escapar de la devastación.
La ciudad de San Sebastián no emitió ni un solo comunicado informando al público sobre las tormentas, que se produjeron en los días previos al Carnaval, una de las fiestas más importantes para el turismo en Brasil. Los preparativos para las fiestas ya estaban en pleno apogeo. Normalmente, la ciudad recibe a 500.000 visitantes el fin de semana de Carnaval, por lo que ordenar una evacuación habría significado perder el potencial de ingresos de esos turistas. En lugar de ello, se perdieron vidas.
32 kilómetros al oeste de Bertioga, la ciudad de Guarujá, de 322.000 habitantes, sólo sufrió daños en las infraestructuras y no hubo heridos en las tormentas, a pesar de tener más de 7.000 familias viviendo en laderas y en casas sobre pilotes. La ciudad registró el mayor volumen de lluvia de los últimos 70 años: alrededor de 406.4 milímetros.
El municipio logró evitar víctimas mortales escuchando las advertencias y no subestimando el potencial destructivo de las condiciones, una lección aprendida tras sufrir corrimientos de tierra e inundaciones en 2020 que dejaron 34 muertos.
Cuando llegó la tormenta de 2023, los habitantes de las zonas de alto riesgo abandonaron sus casas antes de que los impactara la lluvia. Se avisó a la población a través de las redes sociales, SMS y visitas in situ de la Defensa Civil (esto es comparable a la Agencia Federal de Gestión de Emergencias de Estados Unidos, FEMA, pero en Brasil los municipios y los estados también tienen sus propias oficinas de Defensa Civil). “El viernes y el sábado se desplazaron equipos a las zonas de riesgo geológico para informarles de las medidas que debían adoptar en caso de lluvias intensas, y los líderes comunitarios reforzaron la alerta”, según un correo electrónico de la oficina de prensa del Ayuntamiento de Guarujá.
Sin embargo, un plan eficaz de prevención de catástrofes tiene que ir más allá de las advertencias.
Convencer a la gente para que actúe
En todo Brasil, sólo el 17 % de los municipios cuenta con sistemas de alerta para informar a los residentes de posibles situaciones de riesgo asociadas a las lluvias intensas. Algunas comunidades sólo tienen sirenas, lo que no es suficiente según Reis, que también es director de la Federación Brasileña de Geólogos. “Las alertas sonoras son el último paso, porque cuando llega [una gran tormenta], mucha gente no sabe qué hacer”, afirma. “Antes de eso, es necesario hacer entrenamientos y simulacros, trazar rutas de escape y puntos de refugio”.
Sin un plan de escape, las advertencias de evacuación no sirven de mucho. Por eso, el trabajo en curso de la Defensa Civil de Guarujá incluye inspecciones diarias en zonas de alto riesgo, vigilancia climática, una plataforma de datos geotécnicos y charlas impartidas en las escuelas junto con simulacros. “Las ciudades son dinámicas y las zonas de riesgo cambian con los años, por lo que hay que actualizar la cartografía e informar a la población de estos cambios durante los entrenamientos”, dice Reis.
La Federación Brasileña de Geólogos destaca la problemática de que las zonas de alto riesgo sean a menudo una prioridad baja para las administraciones. “Las catástrofes no ocurren por falta de conocimientos técnicos, sino sobre todo por negligencia de las administraciones locales, estatales y federales. [El] campo de la gestión de riesgos cuenta con mecanismos y herramientas bien conocidos y, siempre que se aplican a tiempo, resultan exitosos”, reza una declaración publicada el 24 de febrero dirigida a las autoridades y la sociedad civil.
Muchas muertes podrían evitarse si, por ejemplo, hubiera viviendas seguras para estancias largas disponibles y accesibles para todos.
Uno de los aspectos más importantes de cualquier plan de seguridad es convencer a la población del peligro. Incluso cuando la gente tiene la información necesaria, algunos se niegan a evacuar sus casas por miedo a que saqueen sus pertenencias, o simplemente porque desconfían de la advertencia. “Algunos residentes dicen: ‘Llevo viviendo aquí 40, 50 años y [nunca] ha ocurrido ninguna catástrofe’”, afirma Seluchi. “Esto es un gran error, porque hoy ocurren cosas que nunca habían pasado: lluvias que caían con una frecuencia de cada 50 años ahora ocurren cada cinco o 10 años”.
Soluciones en el origen
Ante un futuro climático cada vez más amenazador, algunas comunidades han encontrado sus propios medios para concientizar y evitar muertes. Sítio Conceiçãozinha es un barrio centenario situado en el estuario de Guarujá, donde algunos de sus 6.000 habitantes viven en casas construidas sobre pilotes. Las inundaciones fueron un problema durante décadas hasta que el centro comunitario local puso en marcha un proyecto medioambiental en 2020.
Destinado principalmente a limpiar la contaminación de las calles, el proyecto descubrió que también podía evitar inundaciones reduciendo la basura que obstruye los desagües pluviales. El proyecto ofrece programas educativos para familias y también servicios de limpieza. Y la limpieza funciona como un mercado de crédito: por cada kilogramo recogido de material reciclable, como botellas de plástico, una persona gana boletos que luego puede canjear por cestas de alimentos donados. Cada mes, la comunidad recoge más de una tonelada de material reciclable.
“Últimamente, las fuertes lluvias han inundado Guarujá, pero no aquí”, dice Cristiane Santos de Lima, una de las mujeres que dirigen el proyecto. “Las calles ya no se inundan porque no hay botellas tapando los desagües, obstruyendo la salida del agua”.
Esta historia fue publicada originalmente en Yes! Magaziney es republicada dentro del programa de la Red de Periodismo Humano, apoyado por el ICFJ, International Center for Journalists.